Mi primer empleo como profesional en comunicación social: identificación de sistemas de abastecimiento de agua y disposición de excretas en 77 localidades rurales del Urabá Chocoano, a través de la Facultad Nacional de Salud Pública. Mi destino estaba marcado: la comunicación para el desarrollo y el cambio social. Nada raro; tengo un gusto ancestral por la vida en comunidad.
Con un equipo interdisciplinario: Ingenieros sanitarios, sociólogos, ingenieros forestales y estudiantes de la Facultad, iniciamos la travesía desde Quibdó hasta Turbo, navegando sobre el río Atrato y sus afluentes, para llegar a las comunidades indígenas localizadas en las cabeceras de los ríos, a la población Afro que vive en las riberas del río Atrato y los cordobeses que poblaron la región. El reto era ofrecer soluciones integrales para resolver las problemáticas aso
ciadas a la afectación de la salud pública, por la forma de obtener el agua para el consumo humano y disponer excretas de cada uno estos grupos poblacionales. Cada uno de ellos, tenía una forma de hacerlo diferente, en concordancia con su hábitat, disponibilidad del recurso hídrico, cultura y su relación con el cuerpo. Las soluciones debían ser diferenciadas, pues en las comunidades indígenas, por ejemplo, encontramos tazas sanitarias haciendo las veces de recipientes para sembrar plantas, es decir, ejecución de obras que sin el contexto del ritual de estas comunidades con el agua.
Mi papel era recoger la percepción de las comunidades sobre el asunto de investigación y sus aportes para las soluciones a las problemáticas. Mi tarea consistía en proporcionar herramientas comunicacionales para este diálogo y relatar mediante informes y fotografías lo acontecido en el recorrido, para aportar en la construcción de proyectos que alimentarían el Plan Nacional de Rehabilitación -PNR-. También debía hacer el contacto inicial con las comunidades para generar los espacios de encuentro; fue entonces donde aprendí de manera experiencial el valor del legitimador.
Jacobo se llamaba el conductor de la chalupa en la que viajamos por los ríos del Urabá chocoano; en realidad se convirtió en nuestro guía, salvador, ángel de la guarda, protector y amigo. Por él, un personaje reconocido, querido y respetado por los habitantes de cada localidad que visitamos, sobrevivimos a los riesgos de la impredecible selva chocoana; con su ayuda las comunidades nos abrieron puertas para cumplir con nuestra misión.
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